Hisotrias monstruosas-Jikininki

Hoy Jikininki

El yokai de hoy es Jikininki también conocidos como “fantasmas comedores de hombres“. Son los espíritus de los humanos que han tenido un comportamiento inadecuado en vida: avariciosos, egoístas o que no han tenido fe. Son condenados una vez muertos a buscar y comer cadáveres humanos.

Los jikininki suelen realizar sus tareas al anochecer, cuando salen en busca de muertos recientes. Suelen rebuscar entre los muertos para encontrar objetos de valor y sobornar a las autoridades locales para que los dejen en paz. También suelen profanar tumbas y alimentarse de los cadáveres que hay en ellas.

Existe una pequeña historia del folclore japonés recogida por el periodista, traductor, orientalista y escritor Patrick Lafcadio Hearn (1850-1904), en uno de sus libros, en los que recopila historias de la mitología japonesa.

Dicha historia comienza así: Hubo una vez un sacerdote llamado Musõ Kokushi, que pertenecía al zen, un movimiento sectario dentro de la religión budista. Este monje viajaba solo por la región de Mino, una provincia montañosa donde no había nadie que lo guiara. Buscando refugio para pasar la noche, encontró, en lo alto de una colina, una pequeña ermita. Al acercarse se percató de que estaba habitada por un monje anciano, a quien rogó cobijo durante la noche. El anciano lo rechazó y le indico la dirección de una aldea cercana donde encontraría refugio.


Una vez el monje llegó a la aldea, fue recibido por el jefe del poblado, quien lo acogió amablemente. Se fijó antes de ser conducido a su pequeña habitación, que unos 40 hombres descansaban en el aposento principal. Poco antes de medianoche, un joven entra al cuarto de Musõ, le hace una reverencia y le comenta que su padre ha fallecido, y que las personas que estaban en la sala principal son los vecinos que estaban velando el cuerpo.

Le comentó que tanto su familia como los vecinos partirían en poco tiempo a la aldea vecina, pues después de hacer las ofrendas pertinentes, sus costumbres les obligan a dejar los cadáveres solos. El joven le advirtió que en la casa donde estaba el cadáver solían suceder cosas extrañas y ofreció  a Musõ ir también a la aldea vecina, en donde encontraría buen alojamiento.

Musõ lamentó la muerte del padre del joven y sintió que no se le hubiera informado antes, pues habría administrado el servicio al difunto así pues  decidió velar toda la noche al difunto y suministrarle el servicio adecuado.

El sacerdote, una vez solo y después de realizar los rituales y plegarias correspondientes al cadáver, lo veló durante la noche. No había rastro de ningún peligro ni ruido extraño en toda la noche. De pronto una extraña figura de gran tamaño entró sigilosamente y, en ese mismo instante, Musõ se vio privado del habla y del movimiento. La figura comenzó a devorar el cadáver rápidamente, además de sus ofrendas, para luego marcharse.


A la mañana siguiente el sacerdote esperó a los aldeanos delante de su casa. Al entrar los aldeanos no mostraron sorpresa al no encontrar el cadáver, pues no era la primera vez que sucedía. Musõ contó lo que había visto, pero a nadie le sorprendió, pues coincidía con las historias que ya conocían. Entonces Musõ preguntó: ¿el monje de la colina no suele realizar los servicios fúnebres para vuestros muertos?
Los aldeanos se sorprendieron y respondieron a Musõ que no existía ningún monje, y mucho menos una ermita, pues hacía muchas generaciones que ningún monje residia en la comarca. Musõ no respondió y quedó en silencio. Se despidió de los aldeanos y se dirigió a la colina en donde había visto al monje el día anterior. En cuanto Musõ encontró el sitio, el anciano lo invitó a entrar a la ermita.


El anciano comenzó a disculparse con Musõ, quien le dijo que no hacía falta disculparse por no haberle dado cobijo. El anciano respondió que la avergonzaba que lo hubiera visto en su verdadera forma, pues fue él quien devoró el cadáver y las ofrendas aquella noche. Le contó cómo se convirtió en el yokai Jikininki, fruto al no realizar los rituales por los que se le pagaba como monje, ya que solo le interesaba el dinero. Le pidió a Musõ que realizara un sacrificio Ségaki, una ofrenda especial budista celebrada en honor a los espíritus hambrientos; con el objetivo de liberarlo de su espantoso castigo.

Una vez el anciano hizo esta solicitud, él y la ermita desaparecieron, dejando a Musõ de rodillas en un pastizal delante de una antigua tumba, propiedad de un fallecido sacerdote.

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